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A propósito de la Primera Comunión


Dentro del riquísimo folklor mexicano –siempre impregnado por la fe católica- cada temporada muestra un sello inconfundible.

Paganizada primera comunión

Y es así como tenemos el Altar de Dolores en Semana Santa, las mulitas de Corpus, las calaveras del Día de Muertos, las posadas en Diciembre, la rosca de Reyes el 6 de Enero y el que se vista al Niño Dios el día de la Candelaria.

Dentro de lo mismo, en plena temporada primaveral, existe una costumbre propia no solamente de México sino también del resto del Mundo Hispánico.

Nos referimos al hecho de que, durante los meses de Abril, Mayo y Junio, suele ser habitual que los templos se vistan de gala porque dentro de ellos tendrá lugar un acontecimiento muy especial: La Primera Comunión.

Acto solemne e inolvidable que el niño habrá de recordar toda su vida porque, en tan memorable ocasión, tuvo el privilegio de recibir, por vez primera, el Cuerpo y la Sangre de Cristo Nuestro Señor.

Algo bellísimo que, si los padres son gente piadosa, llega a producirles una sensación capaz de emocionarlos hasta las lágrimas.

Sin embargo no podía faltar la mosca en la leche o sea ése algo censurable que puede estropearlo todo.

Nos referimos al hecho de que los padres del comulgante aprovechen ese día tan señalado para cubrir una serie de compromisos e incluso para hacer alarde de su exitosa posición económica.

Es ahí cuando se corre el peligro de caer en lo superficial o sea en el hecho de que la fiesta de la Primera Comunión se transforme en un simple evento social en el cual unos padres frívolos piensen en todo menos en lo que realmente importa.

Una fiesta social que las señoras aprovechan para lucir sus mejores joyas, los señores para jactarse de que hicieron algún magnífico negocio y que el niño acabe viendo como algo muy especial que en tal día reciba infinidad de regalos.

Regalos que –no está por demás señalarlo- muchas veces nada hacen por recordarle al niño el significada de la fiesta sino más bien son ocasión que los invitados aprovechan para quedar bien con los anfitriones al darle un regalo costoso.

Triste es reconocerlo pero, de ese modo, la que podría haber sido una gran fiesta religiosa, queda reducida a un simple acto pagano.

Ante ello, y porque al niño no le hacen tomar conciencia de la gran transcendencia de lo que se está celebrando, que nadie se extrañe después que muchas veces sea ésa comunión la primera y tal vez la última.

Solamente queda la foto tomada aquel día, con el niño vestido de marinerito o la niña luciendo un deslumbrante vestido blanco.

Es así como los convencionalismos sociales, impulsados por ese consumismo feroz que invita a gastar por gastar, desvirtúan el significado de un gran momento.

Repetimos: Ante ambiente tan paganizado, que a nadie le extrañe que el niño –por no haber sido catequizado a conciencia- al llegar la pubertad se aleje de los sacramentos y, andando el tiempo, acabe extraviando el camino.

Y deseo terminar estas reflexiones recordando una anécdota personal.

Hace muchos años, asistía yo a Misa en el Templo de la Soledad, allá por el viejo barrio de la Merced, y coincidió que un grupo de niños se acercaba a recibir la Primera Comunión.

Niños pertenecientes a familias de escasos recursos que, con muchos sacrificios, habían comprado el traje que habrían de lucir en ocasión tan memorable.

Fue entonces cuando el sacerdote, el Padre Reginaldo Tello (originario de Senguio, Michoacán) pidió un aplauso para una niña que, por ser de condición humilde, sus padres no habían podido comprarle el vestido.

El Padre Tello, a pesar de ello, animó a los papás a que llevaran a su hija a comulgar debido a que, más que la apariencia externa, lo único que importa es la pureza de corazón.

Ni duda cabe que esa pureza de corazón si la tenía aquella niña.

Por eso fue que quien esto escribe también aplaudió…

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