Educación de la sinceridad
No debemos esperar a que nuestro hijo mienta en algo importante o adultere sus notas escolares para comenzar a preocuparnos por educarlo en la virtud de la sinceridad. La sinceridad es una virtud, requiere por lo tanto actitudes positivas para su crecimiento, no sólo se deben combatir las mentiras y los engaños, sino que es nuestro deber transmitir a los niños el amor a la verdad. Según David Isaac, el niño esta especialmente apto para ser educado en la sinceridad a partir de los siete años, aunque claro esto puede comenzar mucho antes. No se trata de sermonear constantemente a nuestros hijos, sino de aprovechar cada oportunidad para influir sutilmente en el acrecentamiento de su amor a la verdad.
El niño debe entender que "decir la verdad es bueno", para esto es necesario que entienda que, aunque le traiga algunos problemas, "decir la verdad" aumentará la confianza que los padres y amigos tienen en él.
Verdad, libertad y confianza
Si, diciendo siempre la verdad, le vas dando cada vez más libertad y responsabilidades, porque crees más en él, comenzará a ver la sinceridad como algo muy positivo. Será algo que deba practicar él para contar con la confianza de sus padres, y algo que deben tener aquellas personas en quienes quiera el mismo confiar.
Esto mismo debemos decírselo con palabras, en el momento oportuno. Es decir, si le damos más libertas o confiamos en él por primera vez para que vaya a una excursión, le dejamos bien claro que esta libertad se la ha ganado él, siendo sincero con nosotros.
Cuando sea sincero, debemos aprovechar la ocasión para reforzar después la bondad de su acción, para que sea consciente del valor que tiene decir la verdad, lo bien que ha actuado y el significado positivo que tiene esto para nosotros.
Amigos sinceros.
La educación en la sinceridad ayudará también al niño a saber elegir sus amigos, pues procurará que éstos sean chicos sinceros.
La mentira le resultará incómoda y poco compatible con la confianza que debe reinar en su grupo, de forma que tenderá a ser más exigente con sus compañeros. No se fiará de aquel chico al que este acostumbrado a ver mintiendo.
Otra consecuencia será que evitará mentir a sus amigos y aprenderá a valorar más la amistad, como un compromiso de sinceridad.
¿Soy un mentiroso?
Otro aspecto que debemos cuidar son las mentiras. A esta edad los niños son muy sensibles a ellas, y pueden constituir una condena. Si les metemos miedo y lo tildamos de "mentiroso" y "embustero" a menudo, es probable que acabe siéndolo de verdad.
Si miente habrá que corregirle, pero procurando siempre alejar la mentira -como mal- de él mismo. Retarle seriamente con la expresión "Has dicho una mentira" puede hacerlo enrojecer e incluso llorar, pero en esas palabras va implícita una invitación a alejarse de la falsedad.
Aquí no mentimos
¿En qué hogar no se miente a la pesada de la tía Rosa, para evitar que nos deje la oreja pegada el teléfono?. Un "dile que no estoy" y ya está todo solucionado.
No. Quizá nos hayamos librado de la tía Rosa por esta vez, pero hemos causado un daño grave en la formación de la conciencia de nuestro hijo. ¿Cómo va él a defender la verdad, si es el portavoz de nuestras mentiras?. Y lo mismo da si el engaño lo hacemos nosotros y él lo presencia. A sus ojos no existe la mal llamada "mentira piadosa" y, para que rechace la salida fácil de la mentira, debe observar ejemplos claros de sinceridad en casa.
Ojo con la tele
Como en cualquier otra tarea educativa, la dichosa tele puede echar por tierra en tan sólo unos minutos todos nuestros esfuerzos. Aunque nos dejemos la piel en hacerle ver al niño lo hermoso que es decir siempre la verdad, si el héroe de su serie favorita miente estamos perdidos.
La televisión puede ser un excelente medio educativo pero, si queremos evitar inevitables abusos, tendremos que estar muy pendientes de los ejemplos que inculca a nuestros hijos.
Perdón y castigo
Cuando el chico confiese una falta, enfrentemos el reto de hacerle entender cuánto valoramos su verdad... aunque lo reprendamos. Tendremos que hacer entonces mucho hincapié en felicitarle por el valor que tiene su valentía. Y, al mismo tiempo, tratar de explicarle que siempre que diga la verdad, se le perdona a él y se le quiere aún más, pero no se perdona la acción, y que debe tener por lo tanto un castigo. El perdón y el aplauso son para él, y el castigo para la acción.